CAPÍTULO 2. UN GRATO PASEO POR UNTER DEN LINDEN

Caía la tarde sobre Berlín y Marie Dubois, después de dejar las maletas en el piso que había alquilado en el barrio de Charlottenburg para residir durante el año académico en el que cursaría el Máster en Historia del Arte en la Universidad de las Artes de Berlín; celebraba su primer contacto con la ciudad mediante un grato paseo por la magnífica avenida Unter den Linden donde los tilos perfumaban el ambiente animado de gente apresurándose en su vuelta a casa ante el inminente toque de queda.

Marie había elegido para residir el barrio de Charlottenburg por su cercanía a la Universidad y la facilidad para desplazarse en el metro hasta la parada de Friedichstrasse y poder acceder, con facilidad, al impresionante Pergamonmuseum, en el que haría sus prácticas de técnicas de restauración artística.

Mientras se dirigía hacia la Alexander Platz contemplando a los hombres y mujeres que, enmascarados, se afanaban por volver a sus domicilios antes de que el toque de queda les sorprendiera en la calle y pudieran ser sancionados; Marie recordaba, con cierta melancolía, como, durante su carrera de Historia del Arte en la Universidad de La Sorbona de Paris, había preparado minuciosamente su viaje y su estancia para cursar el Máster en Berlín y como había imaginado aprovecharla para viajar por Alemania y el centro de Europa gozando de la cultura y de la libertad. La pandemia del DIVOC 666 desatada a principios del año 2020 había dado al traste con gran parte de aquellos sueños y planes de viaje y estancia.

Esperando a que el muñequito típico del semáforo se tiñera del rojo al verde, el aspecto de Marie denotaba su procedencia de un país -no solo térmicamente- más cálido. Su boina que recogía su larga melena ondulada le daba un aspecto bohemio muy diferente a las mujeres que la acompañaban en el cruce de la avenida.

El sol comenzaba a descender dejando adivinar entre el manto blanco que cubría Berlín desde hacía varios días la imagen majestuosa de los imponentes edificios de la Isla de los Museos.

El tiempo se le había pasado de manera casi imperceptible en su largo paseo de aproximación a la ciudad y, llegando a la Alexander Platz, recordó que la vuelta a su apartamento era larga y no sabía tan siquiera si podría encontrar algún lugar abierto en el que pudiera comprar cualquier provisión que, con calma, le permitiera reponer fuerzas de su largo y agradable paseo por un blanco Berlín.

Al bajarse del metro, Marie encontró un pequeño supermercado que, en este preciso instante, estaba cerrando sus puertas ante la inminente hora del confinamiento. Pero, ante la angustia de Marie y su acento extranjero, uno de sus empleados, de cierto aire y acento turco, hizo un gesto de asentimiento permitiéndole coger lo mínimo para subsistir hasta el siguiente día. Tras agradecer el gesto amable, Marie salió apresurada, pensando en la cercanía de la hora del toque de queda lo que, unido a la calle nevada, provocó que llegara al portal de su edificio prácticamente exhausta. Mientras intentaba localizar las llaves que, además de nuevas, resultaron ser escurridizas y traicioneras por su empeño en ocultarse al fondo de los muchos bolsillos del abrigo de Marie; un vecino le ofreció abrir el portal y ayudarle a subir las bolsas a su casa. Viendo el gesto de alarma y de un cierto temor en el rostro de Marie, el desconocido, mientras abría el portal, se presentó: “Me llamo Dante Moretti y vivo en el cuarto piso”. A lo que Marie le contestó: “Me alegro de conocerle, vivo en el apartamento contiguo al suyo, acabo de llegar a Berlín y siempre es agradable conocer a alguien cuando se llega por vez primera a una nueva ciudad”.

Una vez franqueada la puerta y en el pequeño soportal del edificio, antes de dirigirse al ascensor, Dante saludó a Friederich, portero del edificio y aprovechó la ocasión para presentarle a Marie. Cuando llegaron al corredor que separaba sus dos apartamentos, Dante le entregó las bolsas con las que, amablemente, había cargado y Marie, en agradecimiento, le ofreció una taza de café. Mientras lo preparaba, Dante aprovechó la ocasión para comentarle que llevaba viviendo en Berlín un año y había estudiado un grado en Derecho en la Universidad de Pavía, próxima a Milán. También la informó que estaba en Berlín con una beca postdoctoral para investigar en propiedad industrial y avanzar en su tesis doctoral sobre patentes farmacéuticas; con la enorme ventaja de que el programa de la Universidad Humboldt de Berlín incluía un periodo de prácticas en el departamento jurídico de la multinacional farmacéutica Biotech, que tenía su sede central  en Boston.

Por último, Dante la explicó que solía salir a correr una hora todas las mañanas hasta el Tiergarten, aun cuando ese día había salido por la tarde, lo que en un giro caprichoso -como siempre- del destino le había permitido encontrarse con Marie. Dado que Marie también tenía por costumbre correr de buena mañana, ambos comentaron que sería grato salir algún día a correr.

Así se despidieron con la sensación compartida de que el encuentro fue no sólo extremadamente grato, sino premonitorio de una sintonía que se anunciaba en el horizonte vital de Marie y Dante.