Si respetas la libertad de quien amenaza tu libertad, perderás tu libertad
(Primer párrafo de la obra clásica “Resistencia o Esclavitud”)
Bonifacio de Genomia
Siglo XI d.C.
Dedicado al cada día más cobarde, más anestesiado, más pobre, más esclavo y más aborregado pueblo de Genomia que espera, inerte, la venida del nuevo Mesías progresista quien, cabalgando sobre el corcel del coronavirus, cambiará radicalmente sus vidas para llevarlas al Cielo del Progreso
Edición dominical del 27 de septiembre del año del Señor -o del Maligno (¿?)- de 2020
CUENTOS INFANTILES PROGRESISTAS (CIPs)
Poníamos punto final a la entrada de este Diario Satírico del pasado domingo día 20 anunciando la publicación futura de varios CIPs clásicos como “Cenicienta liberada regresa al harén de Pablito El Liberticida sola y borracha“”, “Pulgarcita se come las miguitas de pan y se pierde”, “El Duquecito arregla la Pandemia”. Pues bien, siguiendo con nuestra insólita -al tiempo que reaccionaria, rígida y, en definitiva, fascista- costumbre de no mentir, procedemos a ofrecer al distinguido -al tiempo que exiguo- público que nos sigue un CIP adaptado a la palpitante actualidad de Progreso -en términos marxianos “desde la pobreza a la miseria más absoluta”- de Genomia.
El rey que rabió y que finalmente venció
Érase una vez que, hace muchos años, vivía en el pobre pero -o ¿quizas por eso?- honrado barrio de Sakellav de la capital de Genomia, Maracas, un niño llamado Pablito, criaturita enclenque que creció con el orgullo de ser vástago de un famoso terrorista de las Fuerzas Antifascistas Revolucionarias Caribeñas. Un buen día se organizó en Genomia un concurso infantil denominado “Que es un rey para ti”. Y Pablito hizo una redacción muy bonita y realista -que no monárquica- en la que escribió: “El rey para mi es un sátiro o mujeriego, un cleptómano o un ladrón y un holgazán que vive como un idem a costa de los sufrimientos de la clase trabajadora”. Aun cuando esta redacción escueta y contundente, acorde con la capacidad intelectual de la criaturita, no fue precisamente del gusto de la Dinastía reinante de los Bombones, el gobierno de Pedrito el Tonto del Espejito del Partido de Seminaristas Ortodoxos Episcopalianos, que ya olisqueaba los vientos del Progreso, le otorgó el primer premio consistente en un viaje -con muchas niñas compañeritas- a un maravilloso país del Caribe.
Pasarón los años y Pablito creció -poco, pero algo creció adoptando un aspecto de luchador de sumo canijo por la coleta grasienta que exhibe enhiesta- y se convirtió en el líder carismático y macho alfa del partido Degeneremos bajo el sobrenombre mítico de Pablito I el Liberticida. Y, cuando accedió a la vicepresidencia del gobierno de Genomia, desde su mansión de Ragapalag, acompañado de su parejita a tiempo parcial, Irenita Ortenom, la Zarina de Ragapalag; soñó que se convertía en rey -naturalmente republicano- y decidió encerrar al pobre rey en su palacio de la Opereta. Pero Pablito el Liberticida se confundió de rey y, creyendo que encerraba al rey viejo -el que era un sátiro o mujeriego, un cleptómano o un ladrón y un holgazán- encerró al rey joven, que nada tenía que ver -salvo la sangre- con el viejo porque era honrado y valiente.
Y el pueblo de Maracas, cuando se encerró del Rey Valiente, se amotinó en las calles, se dirigió a la mansión de Ragapalag, y, a pesar de los cientos de Guardias Pretorianos -comandados por el General Trueno- que custodiaban la mansión, detuvo a Pablito el Liberticida y a su pareja incidental, Irenita Ortenom y les mandó a un lugar horrible para ellos, un campo de trabajo, labor totalmente desconocida para ambos; donde desde entonces viven encerrados conociendo día a día una actividad que les era exótica: ganarse honradamente la existencia trabajando.
Y este cuento tiene un final feliz porque el Rey Valiente salió de su encierro, mandó a Pedrito el Tonto del Espejito y a los miembros del Partido de Seminaristas Ortodoxos Episcopalianos a cavar zanjas, actividad que les era especialmente querida en la que destacó especialmente la vicepresidenta Carmencita, la Cabritilla Calva Desmemoriada, por lo que fueron muy felices.
Nota histórica y moraleja NO progresista: Queridos niñas y niños, este cuento se basa en la historia del levantamiento de 1808 cuando Madrid fue ocupada por las tropas francesas del general Murat el 23 de marzo de 1808, tras la firma del Tratado de Fontainebleau en octubre de 1807 y la consiguiente entrada en España de las tropas aliadas francesas de camino hacia Portugal. Porque, entonces, Fernando VII y su padre, Carlos IV fueron obligados a reunirse con Napoleón en Bayona, donde se produjeron las abdicaciones de Bayona, que dejaron el trono de España en manos del hermano del emperador, José Bonaparte. Mientras tanto, en Madrid se constituyó una Junta de Gobierno como representación del rey Fernando VII, aunque el poder efectivo quedó en manos de Murat, que redujo la Junta a un mero títere. El 27 de abril, Murat solicitó, supuestamente en nombre de Carlos IV, la autorización para el traslado a Bayona de los dos hijos de éste que quedaban en la ciudad, María Luisa y el infante Francisco de Paula. Si bien la Junta se negó en un principio, tras una reunión en la noche del 1 al 2 de mayo, y ante las instrucciones de Fernando VII llegadas a través de un emisario desde Bayona, finalmente cedió. El 2 de mayo de 1808, desde primera hora de la mañana, comenzó a concentrarse una multitud de ciudadanos ante el Palacio Real. La muchedumbre conocía la intención de los franceses de sacar de palacio al infante Francisco de Paula para llevarlo a Francia con el resto de la Familia Real, por lo que, al grito de José Blas Molina «¡Que nos lo llevan!», parte del gentío asaltó el palacio. El infante se asomó a un balcón provocando que aumentara el bullicio en la plaza. Este tumulto fue aprovechado por el general Murat, que mandó un destacamento de la Guardia Imperial al palacio, acompañado de artillería, que hizo fuego contra la multitud. Al deseo del pueblo de impedir la salida del infante, se unió el de vengar a los muertos y el de deshacerse de los franceses. Con estos sentimientos, la lucha se extendió por todo Madrid.
Todo parecido con la realidad NO es pura coincidencia o, al menos, eso esperamos
Apéndice -no satírico- sobre una obra de arte teatral: «Eduardo II ojos de niebla»
Sus dos seguidoras y dos seguidores, saben que este Diario de Genomia es una publicación satírica que pretende consolar -mediante el humor iconoclasta- a unas pocas amigas y amigos en estos tiempos de tribulación “por partida doble” puesto que, a unos políticos que practican con virtuosismo el arte de la infamia; se ha unido, en los últimos meses, un coronavirus de origen ignoto, pero fácilmente deducible, que nos tiene enmascarados, confinados, aborregados y presas, por ahora, del pánico y, en poco tiempo, del hambre de grandes capas de población, si los pronósticos de las instituciones más solventes en la materia se cumplen.
Por lo anterior, quiero que conste en este acta volandera y efímera que en la noche del día de ayer presencié una obra de arte dramático que me permito recomendar a mis pocos -pero selectos- lectores. Me refiero a “Eduardo II, ojos de niebla”; obra en la que unos actores magistrales me obsequiaron un un regalo de arte e inteligencia que me gustaría que mis lectoras y lectores compartieran yendo al Teatro Bellas Artes. Todos los actores son magníficos, pero quiero destacar especialmente la actuación de José Luis Gil, que tan feliz me hace viéndole en la serie cómica “Aquí no hay quien viva” (último reducto del pensamiento políticamente incorrecto en este erial de imbéciles -e imbécilas- televisivos que nos circunda) y de Manuel Galiana, soberbio actor-por extraordinario que no por narcisista- al que sigo desde los “Estudios 1” de la única TVE de mi infancia.
Y recomiendo la obra a mis pocos lectores porque me reconcilió con el teatro como un arte sublime por reflexivo, sin necesidad de recurrir a manipulaciones toscas de la realidad, sin necesidad de rescatar una Guerra Civil felizmente superada, sin querer adoctrinar al público sobre la igualdad de género. Por el contrario, unos actores -y una actriz (Ana Ruiz)- magníficos me hablaron e invitaron a reflexionar sobre la corrupción del poder, del dinero, de la religión; y sobre la homosexualidad sin necesidad de vestirse de mamarrachos y mamarrachas selenitas. Y lo hicieron con una profundidad asombrosa que me condujo en volandas sobre la hora y media ininterrumpida de un espectáculo extraordinario.
Al finalizar la obra, tras los aplausos entusiastas de las veinte -¡si veinte!- personas que asistimos al Teatro Bellas Artes de Madrid, Jose Luis Gil nos pidió que diéramos la buena nueva de que el teatro es seguro y que se puede asistir sin miedo al contagio del coronavirus, por las sólidas medidas de prevención adoptadas.
Pues bien, con esta entrada de mi blog quiero atender a unas de las peticiones más justas que recuerdo haber recibido desde hace mucho tiempo. Además, cuando regresé a mi hogar, observe que, a las 12 de la noche, varios bares estaban atestadas de homínidos y homínidas intercambiando sus -sin duda- sutiles pensamientos ante unas bebidas alcohólicas que les dificultaban apreciar los 15 centímetros que separaban sus cabezas vacías.
Y, el que tenga oídos, que entienda