LA FRASE DE LA SEMANA
La audacia sin juicio es peligrosa y el juicio sin audacia inútil
Gustave Le Bon
Dedico esta máxima a tres colectivos: La primera parte, a las políticas/os/es que gobiernan -con mano firme- nuestras vidas y haciendas (ambas menguantes gracias a sus esfuerzos); la segunda parte, a las políticas/os/es de la leal (¿o era lela?) oposición que aguardan, con paciencia, la caída de una fruta que no caerá del árbol o lo hará tan podrida que resultará incomestible; y la frase entera a las ciudadanas/os/es del sofronizado pueblo de Genomia que parece integrado -no sé en qué proporción- por audaces necios y juiciosos apáticos.
CARTA DEL DIRECTOR
Seguimos con el formato de este SSG en forma de microrrelatos que lanzamos al aire con el intento -vano (¿?)- que las selectas -por inteligentes y escasas- mentes de las lectoras/os/es se vean traspasadas por una ráfaga de humor -si es posible- inteligente.
El patio de Sanchipodio
(Retablo de una desvestidura, con permiso de Don Miguel de Cervantes)
Estando en esto entraron en el Palacio de la Monclovita de Maracas dos mozos de hasta casi sesenta años cada uno, vestidos de estudiantes racistas, que atendían a los nombres de Carlitos Giup-del-Mar y Antoñito Razutro, gritando: “¡Genomia nos roba! Al tiempo que, aprovechando el tumulto, sustraían las carteras de las genomiesas/os/es desavisados que, en el patio, contemplaban entretenidos la última versión de la obra la “Leyenda del Beso (la otra historia de Besucales)”.
Y de allí a poco, entraron dos de la esportilla (uno de ellos, de nombre y empleo Rufián y otro de sobrenombre Tiro Fijo, por la mirada turbadora que adornaba su rostro lunático, por circular y por perturbado. Quienes comenzaron también a exigir reparaciones por robos históricos (¿o eran histéricos?).
Y, por último, entro en el patio un ciego, de nombre Reinaldo Igueto, que padecía una ceguera selectiva que le impedía ver la sangre derramada, especialmente infantil.
Y, sin hablar palabra ninguna, comenzaron todos ellos a pasear por el patio de Sanchipodio acercándose de cuando en cuando al anfitrión al grito: “Y de lo mío, ¿que?”; exclamaciones que iban siendo respondidas por regalos que la infinita generosidad del Líder Máximo permitía a costa, ¡eso si! del siempre muy noble y aborregado pueblo de Genomia.
¡SOY LA VOZ QUE CLAMA EN EL DESIERTO!
CONTINUARÁ
TODO PARECIDO CON LA REALIDAD NO ES PURA COINDIDENCIA, SINO TRÁGICA REALIDAD Y EL QUE TENGA OÍDOS, QUE ENTIENDA