¿Un Mundo Feliz?

No hay que tener miedo de la pobreza, ni del destierro, ni de la cárcel, ni de la muerte … de lo que hay que tener miedo es del propio miedo

Epicteto

Dedicado, con todo mi afecto y una vez más, al enmascarado, aterrorizado, aborregado y sumiso pueblo de Genomia al que, por cierto, pertenezco

Salgo a pasear –no como Mercedes Sosa, “por la cintura cósmica del Sur”– y me cruzo con figuras fantasmales que vagan con sus mascarillas por el paseo empapado por la débil llovizna que tizna de gris claro esta mañana de la Virgen de la Almudena en Madrid y me pregunto: ¿Cómo es posible que, después de 10 meses, al menos, la Humanidad siga dando “palos de ciego” para combatir el COVID 19?

Y, como las respuestas que dan los políticos para justificar las restricciones de derechos humanos fundamentales son por completo inverosímiles y contradictorias con los datos epidemiológicos disponibles tanto absolutos (por ejemplo, intentar justificar la completa ruina económica que provocan los confinamientos masivos de la población) como relativos (por ejemplo, dejar desatendidos los servicios médicos esenciales para combatir una cifras de morbilidad inferiores a las que arroja, año tras año, la gripe común); pues busco una explicación, convencido como estoy, en mi inocencia juvenil, de que la ley elemental de la causalidad nos dice que, cuando algo parece no tener explicación, la tiene. Pero el problema es que no la conocemos, bien por nuestra propia torpeza o bien porque se nos oculta.

Y esa explicación la encuentro en una causa y un efecto: la causa o instrumento es el miedo, que es la única fuerza realmente temible en última instancia, como nos dice, desde hace ya varios siglos, Epicteto. Y el efecto es la gran operación de ingeniería social -llámese «reinicio», «reseteo» o cualquier otra grosería con resonancias informáticas- que quiere conducirnos a la condición de masa aborregada y manipulable en beneficio de tal cantidad de intereses económicos que resulta imposible tan siquiera enumerarlos, pero que son tan manifiestos que es también innecesario hacerlo (las grandes corporaciones financieras, energéticas, farmacéuticas, tecnológicas, etc., etc.).

Acúsenme de conspiranoico, pero admitan conmigo que una masa de consumidores crecientemente maleable y empobrecida en beneficio de unas élites cada vez más reducidas y extractivas es el paso siguiente del sistema capitalista puro en todo su esplendor.


Y cuando pasamos del Orbe entero a nuestra nación, la explicación anterior se ve completada por un factor coyuntural de cambio de un régimen -mas o menos- democrático por un régimen demagógico y autoritario que, últimamente, ya ha caído en la grosería de no intentar tan siquiera disimular sus intenciones con medidas de confinamiento inconstitucionales; de control de la opinión pública -por Rasputines parcialmente alfabetizados- burda; de cesarismo ascendiendo a familiares cercanos a las ¿alturas? de falsas cátedras universitarias o a amigos íntimos a puestos generosamente remunerados.

Como ciudadano español -con perdón- solo hago una súplica al gobierno progresista: róbenme, enciérrenme, espíenme; pero, por favor, respeten un poco mi dignidad y no insulten la escasa inteligencia que nos queda.

Y el que tenga oídos, que entienda