Un Nuevo Orden Mundial (NOM) (3)

El viaje a Oriente de la Doctora Capreli

Antes de incorporarse al Departamento de epidemiología y biotecnología molecular de la universidad pública de Senlin que dirigía el Doctor Shaoran, Giulia Capreli, dado que le quedaba un mes de “tiempo muerto”, decidió volver a su Italia natal. Así, tras recoger o tirar sus pertenencias, abandonó Harvard en un vuelo de Iberia que le llevó desde Boston-Logan hasta Madrid-Adolfo Suarez y, desde allí, a Milan-Malpensa. Cansada por las ocho horas del vuelo inicial y, sobre todo, por la escala y las dos horas de vuelo añadido en un momento en el que tu cuerpo te grita que necesita movimiento y aire libre, la Doctora Capreli tomo un taxi que le llevó a su Bérgamo natal donde fue recibida con el cariño remansado de sus padres y hermanos.

Como era de natural inquieto y le interesaba establecer una red de contactos profesionales con sus colegas italianos, dedicó 15 días a visitarlos en Verona, Florencia y Roma, lo que le permitió despedirse de los sitios y las personas. Así, en Verona visitó al Doctor Stefano Conti, colega de la escuela de biotecnología molecular donde había completado, tres años antes, su tesis doctoral sobre La aplicación de la inteligencia artificial al diagnóstico urgente de pandemias víricas. Paseó por la Piazza Bra, por la Piazza Delle Erbe y por otros tantos lugares hermosos y queridos. En Florencia, se encontró con la Doctora Alessandra Rossi amiga y compañera con quien recorrió la Plaza de la Signoría y, desde el Ponte Vecchio, volvió a experimentar ese deseo irracionalmente romántico que siempre le asaltaba, de precipitarse el Rio Arno. En Roma vio a su amiga Airanna Copola con quien paseo desde el Coliseo hasta la Plaza Victorio Enmanuel y, desde allí, por la Vía del Corso, llego a la Piazza del Pópolo; sin dejar de cenar en su amado Trastévere. Durante el viaje experimentó una suave sensación de libertad de desplazamiento de su cuerpo y de su pensamiento que tanto echaría de menos en el futuro inmediato y una cierta melancolía nacida del vago presentimiento de que sería la última vez que vería los lugares amados en los que se forjó su ciencia y su conciencia.  

Llegado el día de su partida, se despidió de los suyos con lágrimas en los ojos porque su firme decisión de aprovechar la oportunidad profesional que se le presentaba allende los mares no impedía la nostalgia de despedirse de su tierra natal, hermosa, libre, caótica, brillante y, sobre todo, amada.

Tras un vuelo plagado de escalas que agotaron su mente y su cuerpo, la Doctora Capreli llegó, por fin, a Hú, capital de la provincia de Senlin, en cuya universidad se localizaba el Departamento de epidemiología y biotecnología molecular de la universidad pública que dirigía el Doctor Shaoran, quien la estaba esperando en el aeropuerto para brindarle una recepción propia de la proverbial amabilidad oriental.

Tras informarle que, por falta de alojamiento en el campus, se alojaría en su casa, una vivienda de dos plantas con jardín, en donde convivía con sus padres, el General Sima y su esposa, la Sra. Akame; tomaron el automóvil que estaría a su entero servicio para hacer el recorrido desde la casa del Doctor Shaoran hasta la universidad y vuelta. El chofer puesto a su servicio, el Sr. Zhang, se mostró tan exquisitamente amable como vigilante desde el primer momento, cuando le aclaró que sus servicios no alcanzaban ningún tipo de recorrido turístico en la ciudad y en la provincia que, por otra parte, le estaba vedado salvo permiso expreso del Doctor Shaoran en su calidad de responsable de su estancia en Hú.

La cena de bienvenida resultó gratísima e interesante porque la conversación no solo abarcó los temas de rigor (tiempo, salud, edad, familia, relaciones, etc.), sino que se extendió a la pasión de la Doctora Capreli, la biotecnología molecular, en donde le sorprendió muy favorablemente la amplitud y la profundidad de los conocimientos no sólo del Doctor Shaoran, sino también de su padre, el General Sima, lo que resultaba especialmente notable en un militar.

En los dos días siguientes que, al ser festivos, sirvieron para que la Doctora Capreli comenzara su proceso de aclimatación al horario y a las costumbres de su nueva ciudad de residencia; el Sr. Zhang- siempre con el permiso expreso y, en determinadas ocasiones, en compañía del Doctor Shaoran- le paseo por las impresionantes avenidas de Hú donde quedo admirada de los edificios, puentes y parques abarrotados de miles de personas que se afanaban en dirigirse a multitud de destinos. Le sorprendió que, siendo jornadas festivas, hubiera tanta gente en las calles y plazas que despertaban la impresión de tener claramente predeterminados sus destinos y sus horarios. El Doctor Shaoran le informó que la superpoblación había obligado a las autoridades a organizar tanto el trabajo como el ocio de sus conciudadanos para logar dos objetivos benéficos para todos, que eran, por una parte, la obediencia, pilar esencial de una estructura social eficiente; y, por otro lado, la gratitud, que nacía espontáneamente de la percepción de los desvelos de la clase dirigente por la felicidad de sus compatriotas.

La gran capacidad persuasiva del Doctor Shaoran sobre la eficiencia de la sociedad de Senlin y de su país en general no lograba apartar de la mente de la Doctora Capreli una vaga sensación de un déficit claro en la libertad de movimientos y de pensamientos entre aquella población. Cada vez que se lo insinuaba, el Doctor Shaoran, de modo extremadamente cortes y firme, le explicaba las muchas razones que impedían que allí se permitiera una libertad de movimientos y de pensamientos propia de la civilización italiana y de la occidental en general, aquejadas por una falta de disciplina que las conducía de formas irremisible a la debilidad y, en última instancia, a la decadencia.

Como muestra del nivel de eficiencia de su civilización, el Doctor Shaoran le explicó el sistema de “rating” humano que habían conseguido implantar las autoridades de forma inicialmente experimental entre la población de Hú que alcanzaba la nada despreciable cifra de 10 millones de almas.

El sistema de “rating” humano consistía en la clasificación de la población en 4 categorías que, de mejor a peor, iban desde la categoría A, de ciudadanos excelentes hasta la categoría D, de ciudadanos pésimos, pasando por las categorías B, de ciudadanos buenos y C, de ciudadanos malos. Para logar tan asombrosa compartimentación poblacional, las autoridades se servían de dos instrumentos principales: una red de cámaras de reconocimiento facial con asignación de códigos y un método de algoritmos que procesaban los millones de datos sobre edad, educación, actividad, costumbres, ideas y otros muchos factores.

El sistema de “rating” humano reportaba enormes ventajas sociales porque permitía ahorrar a las instituciones públicas los costes de tiempo y de dinero inherentes a los concursos y oposiciones para acceder a los puestos de funcionarios porque las ciudadanas y los ciudadanos del grupo A tenían una bonificación del 80%, lo que les garantizaba el éxito en las pruebas; mientras que las ciudadanas y los ciudadanos del grupo D padecían una penalización del 80%, que servía de filtro para impedir su acceso el funcionariado público. Las ventajas del sistema de “rating” humano no sólo se percibían en el sector público, sino también en el mercado bancario (que también era público) donde la pertenencia al grupo A implicaba una bonificación del 80% en el análisis de riesgos de las operaciones de préstamo y de crédito mientras que la pertenencia al grupo D implicaba una penalización del 80% en el análisis de riesgos. Lo que conducía, finalmente, a que los primeros gozaran de préstamos y créditos bancarios, mientras que los segundos tuvieran su acceso vedado en la práctica.

Cuando la Doctora Capreli objetó al Doctor Shaoran que dicho sistema de “rating” humano, además de ser contrario, en su implantación, a la mayor parte de derechos humanos universalmente reconocidos; y ser perverso en sus consecuencias porque potenciaba las desigualdades sociales y esclerotizaba las clases; el Doctor Shaoran le respondía señalando que los derechos humanos eran productos de la civilización capitalista que serían el germen de su debilidad y de su decadencia.

CONTINUARÁ …