Sonó el despertador del teléfono móvil de manera insistente a las 7 horas y 17 minutos y Dante Moretti se descolgó de la cama de su apartamento en la Rue de la Montagne de Bruselas para hacer su sesión matinal de yoga que le ayudaba a soportar el estrés de su exigente trabajo, al tiempo que le permitía refugiarse, cada mañana, en un recóndito lugar de su mente desde el que podía contemplar los acontecimientos y valorarlos con alguna lucidez.
La manía de programar el despertador, todos los días de su vida, a las 7 horas y 17 minutos procedía de una mezcla de superstición favorable a los números capicúa y una confianza difusa en la numerología que le hacía sentirse preparado para afrontar la batalla diaria.
Después de tomar la ducha matinal, se preparó el desayuno y salió en dirección a la Calle Emile Jacqmain, donde se ubicaba la sucursal que tenía en Bruselas la firma global de consultoría estratégica Smith & Harris. Recogió el expediente que debía llevar a la decisiva reunión que tenía programada en el edifico central de la Comisión sobre el abastecimiento, la autorización y registro de la patente de la vacuna experimental diseñada por Biotech. Al salir del portal, Dante tomo un taxi que le condujo hasta el lujoso hotel WTC para recoger a la Directora de Smith & Harris para Europa, la Dra. Simpson que había llegado el día anterior desde la sede central de la firma en Nueva York.
Elizabeth L. Simpson era una mujer sorprendentemente joven y físicamente agraciada, en la que brillaban, al tiempo, su preparación, con varios masters en la Universidad de Harvard y de Columbia; su ambición, que le había guiado hasta el puesto que ostentaba; y su sicopatía leve que cursaba en forma de ausencia de empatía hacia sus colaboradores, instrumento este imprescindible para trepar hasta el equipo directivo de una firma global de consultoría estratégica como Smith & Harris.
La Dra. Simpson había citado a Dante en la plata primera del hotel WTC donde se servían los desayunos con todas las medidas de seguridad preceptivas en la época de la pandemia del DIVOC 666. Al entrar en la sala, Dante se percató de la enorme afluencia de huéspedes del muy lujoso hotel que conformaban un abigarrado “patio de Monipodio” en el que lobistas, comisionistas, abogados y sanitarios de toda especie y condición se preparaban afanosamente para acudir a las diferentes sedes de las Instituciones europeas para vender vacunas, mascarillas, jeringuillas, EPICs y toda la enorme variedad de mercancías que circulaban de mano en mano en el floreciente “mercado persa” nacido en Bruselas al calor de la pandemia universal del DIVOC 666.
Entre las diferentes especies de asistentes al desayuno y al “mercado persa” destacaban la de los altos funcionarios de los diferentes Estados que acudían en busca de los generosos fondos europeos prometidos para superar la crisis económica causada por la pandemia. Y, junto a ellos, también se podía identificar con claridad el grupo de los ejecutivos de las sociedades de consultoría que habían elaborado los planes nacionales de digitalización y sostenibilidad presentados por los Estados para recibir aquellas cuantiosas ayudas. Entre ambas subespecies reinaba una sana camaradería porque los ejecutivos de las sociedades de consultoría, con extraordinaria frecuencia, habían sido antes altos funcionarios de los Estados, de las Instituciones europeas o bien de las organizaciones globales de sanidad. Al tiempo, muchos de estos altos funcionarios aspiraban a que su “buena conducta” les pasaportara hacia la floreciente industria de la consultoría global en donde duplicarían o triplicarían, cuando menos, sus emolumentos. En definitiva, era una suerte de “cadena de favores” que deparaba un espectáculo animado de altos funcionarios que recibían el afecto -interesado- de ejecutivos que habían sido, en algunos casos y hasta fechas recientes, sus compañeros y con los que esperaban compartir en breve la “senda del dinero” marcado por la pandemia universal del DIVOC 666.
Tras desayunar y saludar a varios de los huéspedes del WTC, la Dra. Simpson subió a su habitación, cogió su portafolios y tomo, en compañía de Dante Moretti, el taxi que les conduciría al edificio central de la Comisión donde, a las 9 y media, tenían concertada la reunión con los funcionarios encargados del abastecimiento de vacunas para cerrar el borrador de contrato que tenía urgencia de concertar la institución con la multinacional farmacéutica Biotech.
Durante el trayecto, la Dra. Simpson recordó a Dante las “líneas rojas” que debía defender en la negociación del contrato que, durante los meses anteriores, habían perfilado cuidadosamente tanto en su enunciado como en sus argumentos de defensa. Eran las tres siguientes:
a) La cantidad y frecuencia del suministro de vacunas, que debía quedar abierta asumiendo la farmacéutica el compromiso de hacer “sus mejores esfuerzos” (“best efforts”) para lograr los objetivos de suministro en los plazos indicados. En definitiva, el contrato debía reflejar con claridad que Biotech asumía una obligación de medios y nunca de resultado.
b) La exoneración preventiva de Biotech respecto de cualquier responsabilidad que pudieran exigirle los ciudadanos vacunados o los Estados por los efectos secundarios de las vacunas (encefalitis, trombos, etc.) que causaran invalideces temporales o permanentes o muertes. Este punto fue reiterado con rotundidad a Dante no solo por la Dra. Simpson, sino también durante la conversación telefónica que mantuvo la tarde anterior con el consejero delegado de Biotech, el Dr. Shaoran, quien justifico la importancia de esta “línea roja” por los últimos resultados conocidos de las pruebas de su vacuna que mostraban un incremento preocupante del número de trombosis y encefalitis en la muestra de población del ensayo. Lo cual no era de extrañar a la vista de periodo anormalmente breve de los ensayos.
c) La confidencialidad de todo el contenido del contrato y, muy en particular, del volumen de vacunas pactado y del precio establecido. Esta “línea roja” era de más fácil defensa porque a Dante le constaba que había operado con el resto de multinacionales farmacéuticas qua habían contratado con la UE el suministro de vacunas. De tal manera que, cuando la opinión pública criticara la opacidad de los contratos, el argumento formal de la competencia y las generosas “ayudas” a la mayoría de medios de comunicación convertirán tales críticas en “flor de un día”.
Sumidos en esas conversaciones y reflexiones, Simpson y Dante subieron a bordo del taxi por la Rue de la Loi hasta llegar a la plaza que antecede al edificio de la Comisión donde se encontró con dos asociados “junior” del despacho internacional que llegaron esa misma mañana de la sede en Paris con dos propósitos: uno confesable que era asistir a Dante en los infinitos detales técnicos y jurídicos del contrato de suministro de vacunas. Y otro propósito coincidente, aunque menos confesable, que era facturar el mayor número de horas posible para incrementar la factura de honorarios profesionales que la consultoría regulatoria Smith & Harrys esperaba facturar -y cobrar- de Biotech. Dante acudía a la reunión ilusionado también por el magnífico “bonus” que recibiría en compensación a sus desvelos por la firma del contrato que estaba a punto de culminar.
Tras los saludos habituales, los representantes de la consultoría regulatoria Smith & Harrys se dirigieron hacia la puerta de acceso al edificio y, una vez allí, tras el siempre tedioso proceso de identificación -al que ahora se unía el de desinfección- subió al despacho 666 de la planta sexta del edificio donde le esperaban Miss Karlsson, Director General de Suministros Farmacéuticos; Mr. Andersson, Encargado del suministro de vacunas; y el Señor Bernard, letrado de la Dirección General.
El encuentro fue cordial y, tras los saludos habituales, las partes comenzaron a negociar las condiciones del contrato. Dante pudo mantener todas las “líneas rojas” intactas porque parece ser que el político responsable en la institución decisiva recibió un “argumento convincente” en forma de suma notable de dinero que, en todo caso, Biotech estaba dispuesta a pagar en forma de comisión de éxito y suponía, a la postre, una suma despreciable a la vista del monto global de la operación.
Cuando Dante regreso a su apartamento después de la opípara cena de celebración de la reunión exitosa en la que había dejado preparado el borrador 666 del contrato para su firma; experimentó la natural satisfacción profesional. Pero, a la vez, se planteó una reflexión un tanto extraña y propia de quien había dedicado parte de su vida a la reflexión filosófica. Así, pensó que, cuando algo resulta aparentemente inexplicable; lo que en realidad sucede es que desconocemos sus razones genéticas. Y ese pensamiento le vino a la mente contemplando las medidas adoptadas en Occidente contra la pandemia del DIVOC 666 y, en especial, la inexplicable imposición de miles de millones de dosis de vacunas dudosamente útiles para inmunizar a la población tanto frente al virus original como frente a las continua cepas en las que mutaba. Quizás esta conducta errática encontrara algún día su explicación en la corriente milmillonaria de dinero que subyace al proceso