Diario de Genomia (intervenido): ¡Nadie se arrodillará por nuestros 44.000 muertos¡

Edición fin de semana

No he de callar, por más que
con el dedo, ya tocando la boca o, ya la frente,
silencio avises o amenaces
miedo

¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Hoy, sin miedo que, libre
escandalice,
puede hablar el ingenio,
asegurado
de que mayor poder le atemorice”

Francisco de Quevedo

¡Nadie se arrodillará por nuestros 44.000 muertos¡

Nuestro viejo amigo Bonifacio de Genomia acaba de contemplar, asombrado, la última rueda de prensa –sumisa- que, en forma de “Oficio de difuntos” acaba de ofrecer el prestigioso epidemiólogo variable Ferdinand Nomis Beggar, junto con el ministro responsable del ramo, Juan Little Savior. Como ya hemos constatado con anterioridad, estos “Oficios de difuntos” constituyen unos de los focos de infección del INFAMIADOC 666 causante de la epidemia de náusea en Genomia porque, en ellas, el experto epidemiólogo Ferdinand Nomis Beggar, recurriendo al noble arte de la estadística creativa y practicando la mentira con el virtuosismo de un auténtico sicópata, se dedica a resucitar en segundos a cientos –cuando no miles de difuntos- o bien a hacerlos regresar a las tinieblas.

Y Bonifacio de Genomia, en su inocencia, no alcanzaba a comprender como el noble pueblo de Genomia, resiste impertérrito a este público espectáculo de ocultación de sus muertos por millares. Es más, tampoco comprende cómo es posible que todas las jóvenas, jóvenos, adultas y adultos progresistas y progresistos que han invadido días atrás las calles y plazas de Genomia en violentas protestas por un fallecido lejano, muerto en extrañas circunstancias; y que los pastores espirituales de ese noble pueblo que han hincado la rodilla al suelo hayan permanezcio envarados e ignorantes de la tragedia que rodea a sus amigos, padres, hermanos y abuelos.

Y, como Bonifacio es muy dado a pensar, ha descubierto la explicación a tan sorprendente fenómeno y es la hipocresía estúpida o la estupidez hipócrita (ESTÚCRITA) que asigna a cada muerto un Coeficiente de Estímulo Revolucionario (CER) y lo trata en función de este coeficiente. Y, como nuestros 44.000 muertos por la pandemia del DIVOC 666 tienen un CER mínimo, los medios de comunicación los ocultan bajo la alfombra putrefacta del poder.

Corrupciones tropicales

Y nuestro viejo amigo Bonifacio de Genomia, no contento con el descubrimiento de la ESTÚCRITA (estupidez hipócrita) que valora a los difuntas y difuntos en función de su Coeficiente de Estímulo Revolucionario (CER); actuando por libre, ha descubierto, en los últimos días, un nuevo foco de infección del INFAMIADOC 666 causante de la epidemia de náusea en Genomia. Lo ha localizado en las inmediaciones de la sede del Partido de los Seminaristas Ortodoxos Episcopalianos, siendo los infectados sus antiguos dirigentes José Luis Sánchez Carnicero y José Raúl Borodo que han devengado y siguen devengando comisiones incalculables de regímenes caribeños que han favorecido, también, al movimiento ciudadano Intimidemos, liderado por Paulus I el Liberticida, asistido del empleador en la sombra Equineche.

El silencio de los corderos

Y Bonifacio de Genomia acaba de localizar, inopinadamente, un nuevo foco de infección del INFAMIADOC 666 causante de la epidemia de náusea en Genomia en el entorno del Partido Pasivo, siempre atenazado en su opinión por el miedo cerval a lo de lo políticamente incorrecto.

Y, gracias a tantas muestras de valentía, el noble pueblo de Genomia no reclamará una reparación digna para sus más de 44.000 fallecidos; y, mientras tanto, el sumo trilero de difuntos seguirá engañando a la masa aborregada compareciendo en los altares mediáticos llenos de grasa mezclada con incienso para que a la verdad no se le ocurra aparecer.

Y ello recuerda al famoso cuanto del flautista de Hamelín que empezó a tocar su flauta para que todas las ratas salieran de sus cubiles y agujeros y empezaran a caminar hacia donde la música sonaba para conducirlas al río Weser donde las ratas, que iban tras él, perecieron ahogadas. Y, lo que es peor, recuerda la venganza del flautista que, ante la falta de pago de los honorarios prometidos, volvió a tocar con la flauta su extraña música, conduciendo a ciento treinta niños y niñas hasta una cueva, en la que desaparecieron.

Y, el que tenga oídos, que entienda.