SEMANARIO SATÍRICO DE GENOMIA (SSG): CHARLAS ESTIVALES -AMABLES Y SORPRENDENTES- CON LOS DIFUNTOS

Dedicado a Víctor, mi “hermano mayor”, de quien tantas lecciones magistrales de inteligencia y de humor recibí desde mi niñez

In memorian, con gratitud infinita

Desde mi terraza veo como muere el Sol y con él se despide un viejo día y los Hados me visitan compadecidos, sin duda, por mi pena para intentar consolarme de la pérdida notable de un ser muy querido. Y su visita es asombrosa porque traen consigo a un grupo de sabios que susurran, de forma sigilosa casi muda, una serie de sentencias sobre el sentido de la muerte -y, por lo tanto, de la vida- que me inquietan y quiero compartir con los lectores de este SSG.

Quien se presentó primero fue Voltaire con un mensaje preocupante que decía: “Me voy acercando lentamente a ese momento en el que los filósofos y los imbéciles tienen el mismo destino”. Y conste que mi preocupación nació de mi falta de certidumbre sobre el grupo al que pertenezco: ¿el de los filósofos y el de los imbéciles? Porque voy cumpliendo una edad y la compañía futura puede ser molesta en ambos casos: si pertenezco al grupo de los filósofos y la Divina Providencia se equivoca y me sitúa en el de los imbéciles, no tendré una conversación interesante para toda la eternidad.  Si, por el contrario, pertenezco por derecho propio al grupo de los imbéciles y la Divina Providencia se equivoca y me sitúa en el de los filósofos, tendré que soportar conversaciones pedantes y aburridas hasta el fin de los tiempos. Aunque, a decir verdad, si pertenezco al grupo de los imbéciles y la suerte me asigna el grupo adecuado, mi vida en Genomia durante los últimos años me habrá servido de entrenamiento eficacísimo para mi futura convivencia eterna.

Cuando ya estaba sosegado mi ánimo con estas reflexiones grupales, aparece, de pronto, Michell E. De Montaigne y me deja una máxima que dice: “Tantos millones de hombres enterrados antes que nosotros nos animan a no temer al ir a encontrar tan buena compañía en el otro mundo”. Y, tras poco pensar la frase, entro en un auténtico estado de “pánico estadístico”. Me explico: Si tenemos en cuenta la cantidad de imbéciles, zafios, tontópatas e infames que estarán incluidos dentro de estos “tantos millones de hombres enterrados antes que nosotros”, la verdad es que, a mi particularmente, me anima a tener mucho miedo cuando me toque la vez de ir al encuentro de tan mala compañía en el otro mundo. Y el miedo se vuelve terror cuando me veo -amortajado- saliendo al encuentro de los protagonistas de los reportajes de este SSG cuyo nombres “recordar no quiero” en el día de hoy.

Una vez sosegado mi ánimo, regresó mi turbación cuando E.M. Forster apareció en escena y, con gesto melancólico, me dijo: “El sueño no es más que una muerte breve. Y la muerte un sueño prolongado”. En esta ocasión, mi motivo de preocupación obedeció a la circunstancia de que, estando próxima la hora de acostarme, me inquietaba que el sabio se hubiese confundido en el orden de la frase porque si “El sueño no es más que una muerte prolongada. Y la muerte un sueño breve”. Querría tener tiempo para ordenar mis exequias.

Abundando en esa obsesión direccional, aparece el genial Jorge Luis Borges para susurrarme al oído: “La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene”. Y de nuevo me preocupa, porque estando vivo, lo que viene no es grato. Pero, de pronto aparece, desde la antigüedad, Epicarmo para confesarme: “Yo no quiero morir pero, después de muerto, ¿que puede importarme?”. Máxima que me deja perplejo acerca de calificarla como verdad absoluta o estupidez milenaria, propia de un ídolo de pasotismo.

Y, volviendo sobre el orden de las cosas, regresó mi turbación cuando el espectro de Ernest B. Black apareció para espetarme: “Todos estamos en fila delante de la muerte. Felizmente no sabemos en qué lugar de la fila”. Mensaje que, queriendo darme consuelo, despojó de todo rigor a La Parca, convirtiéndola en una especie de lotería primitiva, bingo barriobajero o quiniela hípica o futbolística. Estas dos últimas tienden a la equivalencia de sus protagonistas, viendo los mas recientes espectáculos de algunos plañideros multimillonarios.

La grave lesión a la necesaria y clásica seriedad fúnebre la confirmó Paul Valery en una breve aparición en la que soltó, de forma filosófico-grosera: “La muerte despoja la vida de toda seriedad”.

Y remachó esta desmitificación de la muerte A. Besant al añadir: “No existe la muerte solo cambian las condiciones de vida”. Máxima que parece un anuncio propio de una empresa de mudanzas.

Sentido empresarial propio de guardamuebles y mudanzas que me confirmo, ¡Ni más ni menos! Que Marco Aurelio cuando me dijo: “Morir no es otra cosa que cambiar de residencia”. Cierto es que, dicho esto por un zenit de la sabiduría clásica y pronunciado con la autoridad que le caracteriza, la vulgarización mudanzil de la muerte que habíamos alcanzado desapareció o, cuando menos, se difuminó en cierta medida.

Pero, insistiendo en el intento de desmitificar la idea tenebrosa de la muerte, se presenta Cesar Gonzalez Ruano para decirme que “Morir es perder la costumbre de vivir”. Una versión costumbrista que hace sonar la muerte como zarzuela.

En mi lucha por resignificar la muerte de sus connotaciones trágicas mediante la escritura de pasajes antológicos -como este mismo que usted, querido lector o lectora, esta disfrutando- no fue de gran ayuda la aparición de Victor Hugo para soltar: “Lo malo de la inmortalidad es que hay que morir para alcanzarla”. Lo cual me sitúa ante la paradoja trágica de Mishima, lo cual es particularmente incómodo, no siendo yo japonés ni teniendo por costumbre -cierto que de “un solo uso”- practicar el sepuku o hara-kiri.

Por suerte, justo antes de conciliar el sueño, apareció el patrón laico de este SSG, don Francisco de Quevedo y Villegas para consolar mi ánimo al susúrrame al oído: “Mejor vida es morir que vivir muerto”. Porque, existiendo estudios fidedignos de prestigiosísimas Universidades alemanas y americanas que demuestran empíricamente que el buen humor alarga de vida (estudios particularmente meritorios por ser realizados en países con un limitadísimo sentido del humor inteligente), como Director de este SSG me comprometo solemnemente a intentar alegrar -y por ello alargar- su vida