El calentamiento global de la estupidez humana
Agoniza este mes de agosto de 2021 y vemos en el horizonte síntomas evidentes, recientes y alarmantes de agravamiento de la estupidez humana, patología que explica en última instancia el final de una de las guerras internacionales más infames que recuerdan los tiempos, comenzando porque no ha sido una auténtica guerra sino una huida en cobarde desbandada de los países occidentales de Afganistán, dejando abandonados a su suerte a cientos de miles de afganos y afganas. Advertimos que, en este ocasión, sí resulta pertinente duplicar el género epiceno para recordar a las miles de mujeres que han creído, en su inocencia, liberarse del yugo machista gracias al apoyo occidental hasta verse totalmente desamparadas frente a los salvajes y cobardes que procederán a sojuzgarlas de inmediato.
Y, cuando tratamos de comprender lo incomprensible, concluimos que la fuerza primigenia de la conducta de unos y otros es la estupidez porque son estúpidos los nuevos señores salvajes y cobardes que han ganado la infame guerra ante la incomparecencia cobarde del enemigo y se disponen a culminar un régimen de barbarie en nombre de la fe bárbara, salvaje y cobarde que profesan. Como estúpidas son también las potencias occidentales que, en su infame huida, no asumen que, desde este mismo instante, sus casas, sus calles, sus plazas, sus trenes, sus barcos y sus aviones no serán -si alguna vez lo fueron- lugares seguros frente a esas mismas tribus de salvajes y cobardes que atentarán, sin duda, dejando un reguero de sangre y terror entre sus hombres, sus mujeres, sus hijos, sus nietos.
Y todo ello ocurre mientras los ciudadanos occidentales viven en una ensoñación permanente de la paz universal anestesiados por unos medios de comunicación que apartarán en unos pocos días el foco de sus atención mercenaria para alumbrar los eventos deportivos de millonarios inanes y los problemas cardiacos de las estrellas del espectáculo,; mientras en Kabul seguirán lapidando a mujeres o colgando a hombres sin juicio y por acusaciones de adulterio o sodomía que repugnan cualquier conciencia mínimamente civilizada y los regímenes orientales facilmente identificables que apadrinan a los salvajes percibirán los enormes beneficios del litio o del opio que comparan los países agredidos en sus mismos hogares.
Y mientras contemplamos, indignados, los espectáculos nauseabundos que los medios de comunicación occidentales ofrecen a su opinión publica de recepciones sentimentales de los últimos pocos afortunados que han conseguido escapar del infierno por los políticos carroñeros que buscan sacar rédito en forma de votos del espectáculo dantesco, nos preguntamos en alta voz:
¿Que pasará en Afganistán cuando los medios de comunicación occidentales retiren sus focos porque el espectáculo no resulte ya rediticio en términos de cuotas de pantalla con sus consiguientes anuncios de objetos inútiles que ningún habitante de ningún país subdesarrollado podrá comprar jamás ?
¿Quien defenderá de la barbarie a las mujeres y a las niñas afganas?
¿Que misión de la que hablan, ufanos, los políticos ha quedado cumplida ?
¿Que futuro espera a la seguridad de los países occidentales y de sus ciudadanos a expensas de los terroristas salvajes y cobardes?
Como la estupidez es global, aquí en este desventurado país de nombre España, la estupidez de los políticos patrios esta logrando el difícil hazaña de un “maricidio” que esta transformado la hermosa laguna de agua salada más extensa de Europa, llamada Mar Menor, en un Mar Muerto pestilente.
Y, cuando tratamos de comprender estos fenómenos incomprensibles, concluimos que la fuerza primigenia de la conducta de unos y otros es la estupidez y de ahí que consideremos que resulta una labor urgente de profilaxis social poner las bases de un magno Tratado de la necedad, proyecto en el que llevamos trabajando ya desde hace algún tiempo.
Tratado de la necedad
Cuando me dispongo a abordar la tarea, caigo en la cuenta de que es labor ciclópea para mis menguadas fuerzas porque los necios, las necias y los necies son incontables como las estrellas del cielo o como los granos de arena de un desierto (y pegajosos como ellos). Me asiste en esta reflexiones Konrad Adenahuer con una lectura cualitativa que completa la apreciación cuantitativa que acabamos de hacer diciéndome que “Hay algo que Dios ha hecho mal. A todo le puso límites menos a la tontería”.
Pero, cuando mi fe empieza a zozobrar, vuelvo a tener la fortuna sorprendente de que, al igual que me ocurre desde el pasado 9 de agosto, los Hados me visitan de nuevo compadecidos por mi dramático destino al tener que soportar, en el futuro inminente que me espera, a los centenares de imbéciles, tontópatas (tontos psicópatas), bobocistas (bobos narcisistas) e infames de toda ralea que rigen nuestras vidas y haciendas. Y, por motivos puramente egoístas, mi alarma es máxima a la vista del Anteproyecto de Ley de Universidades.
Afotunadamente, al igual que acaeció con mis meditaciones sobre la muerte, la mentira y la calumnia, los Hados vienen acompañados por un grupo de sabios que me susurran una serie de sentencias sobre la necedad que, una vez más, me inquietan y quiero compartir con los lectores de este SSG.
Bases teóricas de la estupidez
El ”tonto-tropismo”
He de comenzar este relato de mis conversaciones con los sabios confesando que en ellos he encontrado una máxima salvadora que reconforta mi espíritu de boca de Claude Chabrol que dice así: “La tontería es infinitamente más fascinante que la inteligencia. La inteligencia tiene sus límites. La tontería no”. El profundo consuelo que me ha aportado esta máxima sobre la infinitud de la necedad obedece a la reserva mental que acuciaba desde hace mucho mi conciencia porque siento una atracción fatal por la necedad humana, una suerte de fascinación intensísima hacia los tontos en sus diversas especies en una suerte de “tonto-tropismo” que viene moviendo mis energías hasta el punto de que he llegado a pensar que es un síntoma sospechoso de confraternidad con esas peculiares criaturas. Es por ello por lo que, sin descartar del todo esta última posibilidad de que quien suscribe pertenezca a esa peculiar y numerosísima cofradía, la sentencia del director de cine francés me consuela al confirmarme que los tontos, las tontas y los tontes son especie fascinante no solo para quien esto suscribe.
La “tontopatía”
Y esta nueva noche de mis conversaciones con los sabios se muestra fecunda y generosa en hallazgos reconfortantes para mi espíritu. En esta ocasión el consuelo viene de la mano de Alejandro Dumas (hijo) quien me susurra la máxima clásica: “Prefiero los malvados a los imbéciles porque aquellos al menos dejan algún respiro”. Y en esta frase encuentro otro consuelo que, al tiempo, me sirve de base teórica de la estupidez porque, desde hace tiempo, me esfuerzo en realizar una clasificación de tontos, buscando afanosamente la noción de r la especie del tonto solemne, describiendo las notas que caracterizan al tontópata o al bobocista y alicando las técnicas propias de las ciencias sociales a la cuestión; consciente de su naturaleza nociva.
Abunda en la peligrosidad social del necio Paul Henri Spaak cuando nos regala este diagnóstico clínico certero: “La tontería es la más extraña de las enfermedades: el enfermo nunca sufre. Los que de verdad la padecen son los demás”. Mientras que, desde el lejano oriente, un sabio anónimo nos susurra un antiguo proverbio chino con forma de fábula samanieguense que dice: “Desconfía del tigre más que de león y de un burro tonto más que del tigre”.
Y todo este esfuerzo esta movido por una labor filantrópica incitada por la sospecha de la peligrosidad social que encierra la especie, de la que tenemos constantes muestras entre los que nos gobiernan; tanto más dañina cuanto tendemos a despreciar al necio, necia o necie. Así, estoy persuadido que sufro de “tontopatía” -no confundir con la enfermedad que aqueja a nuestro máximo líder- que es el síndrome ocasionado por una exposición prolongada a los necios.
Remedio sintomático frente a la estupidez: este Semanario Satírico de Genomia (SSG) como instrumento salvífico frente a la estupidez.
Como mucho me temo que de “tontopatía” es una enfermedad incurable de la humanidad -no en vano Antoine de Saint-Euxpery nos explica: “Ser necio de nacimiento es una enfermedad incurable”- estoy persuadido de que no solo no menguará en el futuro sino que, por el contrario, se agravará y cursará con enfermedades colaterales y oportunistas como la mentira, la cobardía, el odio, etc. (la Guerra de Afganistán es prueba dramática de este pronóstico).
De lo anterior infiero que es urgente buscar un remedio que por fuerza ha de ser meramente sintomático (por el carácter incurable de la patología). Y, en un rasgo de inocencia impropia de mi edad provecta, confío en el -buen- humor, a ser posible inteligente. Lo que me conduce irremisiblemente a la ironía (que el DRAE define como “expresión que da a entender algo contrario o diferente de lo que se dice, generalmente como burla disimulada”) y a la sátira (que el DRAE nos dice que es un “discurso o dicho agudo, picante y mordaz, dirigido a censurar o ridiculizar” ). Y, de esta manera llego a explicar la razón por la que edito desde hace algún tiempo este Semanario Satírico de Genomia (SSG) como instrumento salvífico frente a la estupidez.
Características ontológicas de la estupidez
Sobre la estupidez genetica
Entrando ya a describir las notas ontológicas de la estupidez, procede comenzar con el Génesis Bíblico para escuchar la sentencia de Casimiro Delavigne cuando nos dice: “Los tontos, a partir de Adán, son mayoría”. Aserto ciertísimo que explica los estudios de muchos centros de investigación sociológica tanto en sus aciertos como en sus manipulaciones groseras y los pequeños defectos que hacen de la democracia el sistema de gobierno menos malo que se conoce.
Sobre la estupidez resiliente
Si seguimos con las notas ontológicas de la estupidez, recibimos a Albert Camus que nos dice: “La estupidez insiste siempre”, máxima de la necedad resiliente y sostenible, de la que tenemos pruebas sobradas en libros de autoayuda recientes obra de subsaharianas de nuestros amados líderes políticos que presentan el difícil mérito de reunir en sus augustas personas los sinos propios de los tontópatas y los bobocistas.
Abunda en este mensaje de la estupidez resiliente, si bien con un matiz de generosidad, el patrón laico de este SSG, Don Francisco de Quevedo y Villegas al decir: “Bien se puede perdonar a un hombre ser meció una hora, cuando hay tontos que no lo dejan de ser una hora en toda la vida”.
Y, en este momento nos asalta Rabindranath Tagore para arrojar una nube de inquietud ante nuestra satisfacción cuando nos dice: “No hay cosa más difícil de soportar que la fe ciega del estúpido”. Lo que, sin embargo, ratifica la utilidad de este tratado de la estupidez que estamos pergeñando como arma incruenta de defensa propia.
Sobre la estupidez sostenible
Dado que mi maestro es un estudioso del fenómeno de la sostenibilidad financiera y corporativa, nos emociona ofrecerle un presente que le aproximará al origen de la cuestión cuando escuchamos a Jacinto Benavente que nos dice: “La tontería de la humanidad se renueva diariamente”. De tal manera que ya sabemos que su monografía -de inminente publicación- sobre la sostenibilidad financiera tiene el futuro asegurado.
Sobre la estupidez ecológica
Y, tras referirnos a la estupidez sostenible, procede entrar en el detalle de sus componentes comenzando por el principal, el medioambiental o ecológico para escuchar la máxima que nos trae Robert Burns cuando nos dice: “Los bribones y los necios son plantas de cualquier terreno”. Se nos muestra así el mundo como un auténtico vergel, un paraíso terrenal en el que los bribones y los necios florecen por doquier.
Sobre la estupidez productiva
Y llega a nuestra estancia Don Miguel de Cervantes para susurrarnos al oído: “Las necedades del rico por sentencias pasan por el mundo”, autentica clase magistral de gobierno corporativo de muchas grandes corporaciones. Que merecería formar parte del frontispicio de tantos centros de Universidades públicas y privadas, nacionales y extranjeras que imparten carísimos masters sobre «corporate governance».
Sobre la estupidez direccional
Y de pronto llega a nuestros oídos un adagio español utilísimo para conservar nuestra integridad física y psíquica que nos dice: “Conviene ceder el paso a los tontos y a los toros” y nos evoca a una munícipe del norte de España en una suerte de señal de tráfico de “ceda el paso”.
Sobre la estupidez admirable
Para dejar claramente sentados nuestro respeto y fascinación por la estupidez debemos dejar constancia de la máxima que nos trajo Nicolás Boileau cuando, entre penumbras, nos susurró: “Un necio encuentra siempre otro necio mayor que le admira”. Base epistemológica de “La conjura de los necios”, de los partidos políticos, de los clubs de futbol, de las asociaciones varias e incluso de muchas Academia científicas.
Sobre la estupidez sociológica
Aborda este característica de la estupidez el siempre genial dramaturgo George Bernard Shaw al decirnos: “La osadía de los tontos es ilimitada y su capacidad de arrastrar a las masas insuperable”. Frase que creo haber leído en el frontispicio de alguna escuela de liderazgo de cierta Universidad prestigiosísima de Norteamérica.
Sobre la estupidez nacionalista
Viendo el pasado inmediato de la desventurada España, su presente imperfecto y su futuro preocupante gracias a los sátrapas “razones” (racistas y trincones) que la pueblan, recordamos la máxima que nos susurra Maurice Rabel: “La ciencia es universal, el arte nacional y la necedad nacionalista”. Son tantas y tan contundentes pruebas de la verdad de este aserto -incluso fisionómicas- entre los caudillos nacionalistas que nos rodean que sobra cualquier comentario.
Sobre la estupidez psicológica
Y dado que nos acercamos al fin de este recuento de las características ontológicas de la estupidez humana y esta lejos de nuestra intención cualquier atisbo de desprecio hacia esa gran masa de población que nos rodea en toda circunstancia, queremos dejarles un mensaje final de afecto y respeto, de “empoderamiento” y admiración hacia sus distintas capacidades de la mano de Napoleón cuando nos siguiere: “El tonto tiene una gran ventaja sobre el hombre de juicio está siempre contento de sí mismo”. Frase merecedora de servir de presentación de un manual que sirva de ha¡¡base a uno de esos master de “influencer” o de “coaching” que imparten varias Universidades españolas.
Advertencia final para mis lectores: Mientras los Hados tengan la deferencia de visitarme acompañados de viejos sabios que susurren máximas interesantes sobre temas universales como el odio, el temor, la cobardía o el amor conversaré con ellos y con los lectores de este SSG.